martes, 8 de septiembre de 2015

NO ESTAMOS AQUI

En el objetivo universal de aprender y experimentar, creamos tantas facetas y rostros diferentes, que creemos poder abarcarlo todo, y sin embargo, luego nos damos cuenta de que la contemplación se convierte en confusión, en desesperación, agobio, y olvidamos que dichos rostros, no son más que los propios, y allí, en la batalla de reconocernos, nos desamparamos y abandonamos, esperando la Salvación... pero nos hemos confundido y enredado tanto en nuestros propios nudos, que culpamos a las formas, y las condenamos, creyendo que nos atan al mundo, y esas voces que nos hablan desde otras dimensiones, empiezan a resonar como ecos confusos, que nos asustan y aturden, cuando sólo nos quieren guiar hacia la salida. La Salvación, pues, es de nosotros mismos, y hemos creado monstruos en el exterior, para desresponsabilizarnos del deber de reconocer que nosotros nos hemos puesto allí y que sólo nosotros en el interior sabremos cómo salir. Nos doblegamos y desdoblamos miles de veces, sin entender el propósito por estar atentos a la sensación de que cuanto más abarco, más me pierdo. Y critico en vano a mis espejos, pues me veo incapaz de aceptar que yo los creé, entonces los ignoro y quiero eliminarlos, con el fin de escapar, de volver al Origen, donde el Todo era Gloria. El rencor, el miedo, el odio a lo que existe, la búsqueda incesante y ególatra de querer salvarse y escapar volviendo a lo Divino, no es más que comparable simplemente con el hecho de una madre abandonando a su hijo. Somos la Divinidad, y lo que existe, es nuestra creación, es nuestro Hijo, y vivirlo, es gozar de su aprendizaje, de verlo aprender a balbucear, babear, gatear, caminar, reir, tratar de hablar, decir sus primeras palabras, reconocerse al espejo, decir YO por primera vez, y crecer hacia lo alto... Pero, crecer y aprender lleva tiempo, prueba y error, aceptación y amor incondicional a pesar del agotamiento y los cuestionamientos que su experiencia conlleve.