martes, 19 de mayo de 2015

Enric Corbera: LA SOMBRA Y LOS ESPEJOS

EL VICTIMISMO

“El victimismo es extremadamente pernicioso. La persona que actúa en esta máscara cree que es muy pura. No entiende por qué Dios es tan malo con ella. La víctima intenta dominar al otro a través de la idea de que ella no da abasto con la vida, de que es impotente y frágil. Pero lo que ella quiere es manipular al otro: "O lo haces a mi manera o me mato, tomo veneno, salto por la ventana." Y a veces incluso hasta lo hace. Pero entienda que ésta es una estrategia, una forma de manipulación. La víctima se arrastra en el piso, se arranca los pelos, pero este teatro es con la intención de dominar al otro”. Sri Prem Bab

QUE ES PERDONAR

1.- ¿Qué es perdonar? Según el diccionario de la Real Academia de la Lengua: Perdonar es, entre otras cosas: a.- Remitir la deuda, ofensa, falta, delito u otra cosa el perjudicado por ello. b.- Exceptuar a uno de lo que comúnmente se hace con todos o eximirlo de la obligación que tiene. c.- Renunciar a un derecho, goce o disfrute. Está claro que, como hoy nos vamos a referir al aspecto moral de la acción de perdonar, nuestra definición es la primera: “Remitir la deuda, ofensa, falta, delito u otra cosa el perjudicado por ello.” Y, en base a esa definición, el diccionario llama “perdón” a: a.- La acción de perdonar. b.- La remisión de la pena merecida, de la ofensa recibida o de alguna deuda u obligación pendiente. c.- Indulgencia, remisión de los pecados. Si descomponemos la palabra perdón en sus partes integrantes, nos encontraremos con que: el prefijo “per” significa “máximo”, “superior”, y el sustantivo “don” significa “regalo”. Así que, etimológicamente, al perdonar, hacemos un gran regalo, tanto al otro como a nosotros mismos. Y resto nos indica que los antiguos ya tenían bastante claro el tema del perdón. 2.- Los grandes pensadores, como es lógico, se han pronunciado sobre el perdón, enfocándolo desde distintos ángulos. Vamos a reproducir algunos de sus conceptos: “Un hombre bueno no sólo debe perdonar, sino también desear el bien a su enemigo, de igual manera que el árbol del sándalo, una vez abatido, baña con su perfume el hierro que lo hirió.” (Ania, antiguo libro indio). “Perdonar a nuestros enemigos constituye una bellísima manera de vengarnos, a la vez que un rápido triunfo, conquistado sin apelar a la violencia.” (T Browne, Christian morals). “Es cosa corriente que quienes se perdonan demasiado a sí mismos son más rigurosos con los demás.” (San Francisco de Sales, Introduction à la vie dévote). “Los beneficios deben escribirse en bronce y las injurias en el aire.” (Galileo Galilei, Opere, IX, 198). “No osamos volver a ofender más a quienes perdonan siempre.” (D’Houdetot Dix épines pour une fleur). “La indulgencia es una parte de la justicia.· (J. Joubert, Pensées). “Sus muchos pecados son perdonados porque amó mucho.” (San Lucas, Evangelio 7:47). “El perdón nace del alma generosa.” (Maquiavelo, Pensieri XI, 7). “El perdón nos sitúa por encima de los que nos insultan.” (Napoleón, Pensées). “El ofendido perdona, pero nunca lo hace el ofensor.” (F. Pananti, Avventure e osservazioni, II). “Perdonando una ofensa se puede convertir en amigo a un enemigo y, a un perverso, reducirlo a un hombre de nobles sentimientos. ¡Cuán consolador y hermoso es este triunfo y cuánto supera en grandeza a todas las horribles victorias de la venganza!” (Silvio Pellico, Doveri degli uomini, XIII). “Es humano equivocarse, pero también es humano perdonar.” (Plauto, Mercator II, 2, 43). “Perdona a quien da un paso en falso. Piensa que también tú tienes pies y puedes tropezar.”(Rückert, Weisheit des Brahmanen, 24). “Perdona siempre a los demás, pero no a ti mismo.” (Séneca, De moribus). “Solamente los espíritus valerosos saben la manera de perdonar. Un ser vil no perdona nunca. No está en su naturaleza.” (Sterne, Sermons, 12). “Dios ama a tres clases de hombres: al que no se enoja, al que no renuncia a su libertad y al que no guarda rencor.” (Talmud, Pesachim, 113). “El que se venga después de la victoria es indigno de vencer.”(Voltaire, Saul, 1,2). “El necio aplica todas sus energías a la venganza; el perdón es la venganza de la sabiduría.” (Ch. Wernicke, Überschriften). 3.- El refranero ha sido también pródigo en adagios sobre el perdón, aunque, como todos sabemos, matizados siempre con la sorna y la ironía que los caracteriza. He aquí algunos ejemplos: - Paga el tiro con el tiro y el palo con el palo. - Perdonar al malo es dar al bueno un palo. - Porque un borrico te dé una coz, ¿vas tú a darle dos? - El perdón sobra donde el yerro falta. 4.- También yo he plasmado por escrito numerosos pensamientos sobre el perdón, de los que valdría la pena rememorar algunos: - Cuando perdonas un daño, tu vida se alarga un año. - Si no perdonas es que no has entendido nada. - El perdón nos enriquece por dentro y por fuera. - Confía en los hombres que saben perdonar. - El vengativo está a años luz del amor y, por tanto, de Dios. - El que perdona es que ama. Y, si ama, merece ser amado. - ¿Es que tú no te equivocas nunca? - Véngate no vengándote. - Si quieres estar sano, perdona a los demás. - El perdón extrae la desazón del plexo solar y la deposita en el corazón convertida en paz. - El perdón no es cosa de la cabeza, sino del corazón. 5.- Con esto tenemos ya una idea, por lo menos gramatical, literaria y consuetudinaria, de lo que es el perdón. Pero nosotros, como estudiosos de la parte oculta de la religión cristiana y como filósofos, no nos podemos quedar ahí. Hemos de seguir profundizando para alcanzar un concepto más exacto porque, sólo si se tienen las ideas claras se pueden luego utilizar correctamente. Y, como he dicho, nos queremos centrar en el aspecto ético o moral del perdón. Vamos, pues, a pensar o, mejor dicho, a filosofar: Tras ver lo que se entiende por perdón, la primera pregunta que se nos ocurre es ésta: 6.- ¿Qué presupone el perdón? A poco que reflexionemos, descubriremos que hacen falta cuatro elementos indispensables: La ofensa, el ofendido, el ofensor y la intención de éste. 7.- ¿Y qué es la ofensa? Está claro que la ofensa no es el ofensor, sino la consecuencia de cierta actuación de éste. Si yo dirijo a otro ciertas palabras, ¿qués es lo que, en realidad, estoy haciendo? Un acto. Pero, ¿un acto bueno o un acto malo? Y aquí sale al paso una nueva pregunta: ¿Es que hay actos buenos y actos malos per-se? Shakespeare dice :”No hay actos buenos ni actos malos. Es el pensamiento el que los hace así”. A poco que pensemos, llegaremos a la conclusión de que un acto no es ni bueno ni malo en sí. No está en su naturaleza ser bueno ni ser malo. Es siempre aséptico. ¿Entonces? Nos falta algo. Algún elemento que haga que la acción de pronunciar esas palabras resulte buena o resulte mala. Y ¿cuál es ese elemento imprescindible? La intención, no cabe duda. Si yo golpeo a alguien sin querer, nadie pensará que lo he ofendido, aunque el acto sea el mismo que cuando quiera ofenderlo. Es, pues, mi intención de ofender o de dañar o humillar lo que hace que mi acto sea o no reprobable, por alterar o no la armonía anterior a su producción. Pero, sigamos pensando: Si lo que hace que mi acto resulte ofensivo es mi intención de ofender, no cabe duda de que el que se ofenda con mi acción debe conocerla. Porque, si no la conoce, si no sabe cuál era mi intención, no tendrá ningún motivo para ofenderse. Y eso, mi intención, es algo que realmente, ni el ofendido ni nadie conocerá nunca. Es decir, que habrá de imaginarla o suponerla. En efecto: Si yo dirijo esas palabras a alguien y no me oye, el otro no se ofenderá. En cambio, si me oye, tanto si no ha habido mala intención por mi parte pero me la atribuye, como si la ha habido y me la atribuye también, él se ofenderá. Pero en ambos casos mi acción habrá sido la misma. ¿Dónde está, pues, la ofensa?¿Qué es lo que el otro me ha de perdonar? ¿Mi intención verdadera, que él no conoce ni conocerá nunca, o la que él me atribuye? Indudablemente, ésta última. Y, ¿resulta lógico que él me tenga que perdonar a mí algo que él me atribuye? Porque, de quién es esa atribución? Del ofendido. Luego, el perdón consiste sólo, desde el punto de vista del ofendido, en tener por inexistente la intención que él mismo adjudicó al ofensor. ¿Y ocurrirá igual con cualquier otro acto? Por supuesto. Siempre. El ofendido, para perdonar, no hace sino borrar su propia actuación y no la del ofensor. Imaginemos, para comprobarlo, que alguien me dispara un tiro y me hiere. Objetivamente, en el mundo físico, es un acto con su correspondiente consecuencia. Pero en el mundo del deseo habrá necesariamente una intención, porque en la génesis de todo acto voluntario está antes la intención que la acción. Y la intención es el deseo de producir en otro ser u objeto algún efecto con nuestra acción. Pero, en base a lo antes visto, ¿yo podré declararme ofendido por el que me disparó? Porque, puede que tuviera intención de herirme o, incluso, de matarme, pero yo nunca lo sabré. Puede que, antes de disparar, me dijese que me iba a matar, en cuyo caso tendré más datos para sentirme ofendido. Pero ¿y si el otro hablaba en broma? ¿O si se sentía amenazado por mí y, simplemente, se defendió? ¿O si pretendió sólo asustarme y se le disparó el arma? ¿O si, sencillamente, estaba loco? Son supuestos distintos, aunque la acción y su consecuencia son las mismas. Sólo varía la intención del otro, que yo no conozco ni conoceré nunca, sino que le atribuyo en base a los datos que tengo. Y en todos los casos me sentiré igualmente ofendido, lo cual no es justo. El resultado de toda esta disquisición es que yo sólo podré perdonar la intención que yo mismo he imaginado y atribuido al otro. Y, consecuentemente, lo único que puedo hacer es perdonarme a mí mismo por esa atribución de intenciones, porque ésa sí que la conozco. ¿Y qué ocurre cuando alguien me dice: “fulano cuenta esto y aquello de ti” y yo me siento ofendido, dando por buenas las intenciones que el “correveidile” atribuye al otro? Pues ocurre lo mismo: que yo me ofendo por la atribución que hago al presunto ofensor de una intención dañosa en contra mía y cuyas palabras ni siquiera he escuchado. ¿Qué tendré, pues, que perdonarle al ofensor? Su mala intención, si la tuvo. Pero tendré que perdonarme a mí mismo la atribución de intención que le he hecho. 8.- ¿Quién ha de perdonar, a quién y qué? El ofensor, si no tuvo mala intención, tendrá que perdonar al ofendido la imputación que le hizo de tenerla. Y, a sí mismo, la mala intención, si la tuvo. Y el ofendido deberá perdonar al ofensor la mala intención, por si la tuvo, cosa que él nunca sabrá. Y, además, deberá perdonarse a sí mismo la imputación de mala intención al ofensor. No se perdonan, pues, las consecuencias, sino las por Francisco-Manuel Nácher